Claudio Araya Sotomayor

Estoy aprendiéndo a usar la página...a alguien se le ocurrió modernizarme...

Friday, March 24, 2006

CARTA DE UN PADRE POR LA MUERTE DE SU HIJO

Señor Director:

Después de haber pasado, mi mujer y yo, esquivando el tema nos topamos en su prestigiosa revista con el artículo “La Sexualidad Desviada” (Nº 672), el cual en forma bastante objetiva nos permitió aclara algunos puntos, de lo que fue tema prohibido en nuestra familia, motivado por lo que hoy, ya en la serenidad de la vejez, me atrevo a comentar, quizás como ayuda al entendimiento de aquellas personas que paradójicamente el artículo llama “Gays” (“alegres”).

Criamos cuatro hijos: dos hombres y dos mujeres que fueron nuestra preocupación y motivo de nuestras alegrías. Destacaban en los estudios y en los deportes, pero sobresalía de ellos nuestro hijo mayor, quien a los 30 años, era un profesional de prestigio y, según nosotros, tenía todas las perspectivas para ser un triunfador en la vida.

Un día de primavera, se quitó la vida.

Quedamos sumergidos en la inmensa pena y la incomprensión de su conducta. Dejó una carta que decía: “si Dios no fue justo conmigo en a tierra, lo será en el cielo, estoy seguro”.

Por algunos documentos encontrados supimos que tenía impulsos homosexuales desde los 14 años de edad. Lo hacían sufrir enormemente. Había buscado ayuda de psicólogos y psiquiatras y aún en prostíbulos, y nada de ello pudo cambiarlo.

Debió aceptarlo, era homosexual. Vimos cambiar de a poco su vida, según nosotros para mejor. ¡qué ciego somos los padres¡. No salía, no tenía amigos, pintaba; cuánta tristeza abría en el corazón de mi muchacho; comprendió que nosotros nunca lo entenderíamos, y que lo rechazaríamos por algo que él nunca había buscado. Ustedes lo dicen en el artículo. Y tomó su drástica decisión.

Después de su muerte se borró la alegría de nuestra casa. Nuestro muchacho, “El más brillante”, era para nosotros un perfecto desconocido. No cabía la felicidad en una casa que no había sabido comprender ni dar la oportunidad a uno de sus hijos para ser realmente quien era. Siempre severo y rígido en mis conceptos, ¡cuánto he cambiado desde entonces¡ Aunque a mí ya no pueda servirme y menos a él que prefirió dejarnos a “defraudarnos”. Es malo que la vida deba golpearnos tan duro para hacernos reflexionar. Habría bastado un poco de comprensión y valentía y habría envejecido feliz.

Señor Salvo
Providencia
Revista del Domingo Nº 672. El Mercurio

0 Comments:

Post a Comment

Subscribe to Post Comments [Atom]

<< Home