REENCUENTRO CON MIS COMPAÑEROS DE COLEGIO...26 AÑOS DESPUÉS

Esta situación me ha motivado tremendamente a escribir, en la medida que la memoria y la emoción me lo permitan, todas estas experiencias que consientan introducirme o vincularme con la emoción. Y desde esa perspectiva me fue en extremo grato reunirme con este grupo de compañeros de colegio en el recuerdo adolescente y a las travesuras estudiantiles. Sostengo permanente comunicación y contacto con mis amigos Ignacio, Víctor y Roberto; de ellos surgió la idea de reunirnos avocándose a la tarea de contactar a las personas para dar paso al festín. El punto de reunión fue el “Eladio” de Av. Ossa, restaurante reconocido por sus carnes y otros embelecos gratos para el paladar. Fuimos llegando de pequeños grupos, yo venía de la inauguración de las obras de Roggerone, en el museo de Bellas Artes, y esa fue la razón por la que llegué un poco distante de la hora convenida. Sin embargo, estaba ansioso porque temía no recordar algunos nombres o no reconocer algunos rostros, efectos colaterales de una meningitis que tuve hace algún tiempo. Sin embargo mis miedos fueron mermando en la medida que el Dios Baco manifestaba su presencia a través de buenos mostos chilenos y estábamos próximos a sucumbir a nuestro espíritu sibarita, frente a una carta variada de buenas carnes y exquisitos postres.
Como telas de cebollas nos fuimos despojando, una a una, de nuestra “realidad-presente” para dar curso al recuerdo adolescente. Poco a poco fue surgiendo el niño interno, el adolescente. Todos nos queríamos subir a las historias mencionadas, todos éramos los héroes, todos éramos los protagonistas de las acciones y de las travesuras que se señalaban. En todo ese desorden de emociones y vivencias surge, con la fuerza que lidera al cargo, el último presidente de curso, su excelencia, Sr. Iván Jara. Reconozco no haber salido de 4º medio, me salieron en 3º, pero, aún así, viví las historias del Señor Presidente como si hubiese sido parte de sus subalternos y colaboradores. Sin duda debe haber sido el mejor gobernante, el presidente ideal para el momento que vivía un curso que estaba presto a salir a un mundo de responsabilidades y construcción definitoria. Un presidente amigo de Baco que, sin el control de su directorio, podría haber terminado las reuniones en una bacanal. Escuchar a mi amigo Víctor, lo es desde el kínder de la tía Hilda, contar sus cuentos que cada año aumenta, o desvirtúa un poco, para hacerlas, aún, mas entretenida. Observar a Ignacio, mi mejor amigo del colegio, que todavía sigue siendo ese gigante cariñoso que busca proteger y cuidar a sus amigos. Me reí con el recuerdo que se hacía de él como ese matón de barrio, como ese anárquico social y al que le debo el haber conocido ese mundo de imprudencias y riesgos que jamás me hubiese atrevido a realizar en mis cinco sentidos. Ese mundo “under” de los arquitectos, pero muy sofisticado a la vez. Lamenté que Roberto no hubiese podido asistir; la verdad es que siempre, en nuestras conversaciones, me conduce a las profundidades de Kundera, en su obra “La Insoportable Levedad del Ser”, estableciendo reflexiones existenciales para compartir ideas filosóficas. Es muy típico de Roberto. Lejano quedó el recuerdo cuando yo le pegaba en 7º básico, hasta cuando regresamos de las vacaciones, llegó más crecido y con una nariz que yo no reconocí, y ahí nos trenzamos a golpes por última vez…salí perdiendo. Seguramente esa nariz nueva le dio la fuerza que la criptonita le daba a Superman, y “el alce” me sacó la cresta.
Fui recordando, en la medida que contaban las historias estudiantiles, a cada uno de los comensales; el cómo yo los percibía colgado desde el dintel de mi clóset. Fue una muy bonita época para mí; conocí personas en ese colegio con las cuales fui construyendo una amistad profunda, sana y enriquecedora hasta los días actuales. A través de esas experiencias adolescentes fui forjando valores importantes que me han hecho ser mejor persona y que son coincidentes con los amigos ahí reunidos. También, por momentos, se me viene a la memoria la figura del Padre Felipe Barriga y su jeep rojo, quien permitió mi primer acercamiento con ese mundo de miseria de las poblaciones suburbanas de Concepción, donde aprendí el valor de la solidaridad, sin ese resentimiento de la izquierda extrema que me resulta insoportable.
Con todos estos recuerdos, más otros que tengo escrito, lo único que me queda es esperar que mis sobrinos, con los que tengo excelentes relaciones, tengan la paciencia de leer mis escritos, los que yo recordaré como “mis tiempos de gloria”.
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